La vida docente debería ser al revés; Debería empezarse siendo ministro de educación y así cualquier sueño grandilocuente quedaría satisfecho de inicio. Después te ofrecen ser director general y aceptas cansado de impulsar repensadas políticas educativas de incierto impacto. Intentas conocer de cerca el territorio donde te reciben con un mezcla de respeto e incredulidad. Durante cuatro años trabajas sin descanso y cuando empiezas a sentirte cómodo se convocan elecciones y de la noche al día te echan. Entonces decides fijarte un reto concreto: formar parte del equipo directivo de la escuela de tu barrio. Estar en un entorno cercano y conocido te motiva en esta nueva etapa. Formas parte de un equipo lleno de ideas con el deseo de corresponder las ganas de crecer y aprender de los niños y niñas. Ocho años más tarde, renuncias al cargo con alguna victoria en el bolsillo pero la leve sensación de que podría haberse hecho mucho más, exhausto de tanta burocracia y un claustro nublado por la disciplina, los estándares y la evaluación. Después pasas los siguientes 20 años en el aula, haciendo clase, gozando de la relación pedagógica con tus alumnos, y viendo como tus esfuerzos producen pequeños pero poderosos cambios. Finalmente eres alumno, el rango más alto en la vida docente, consciente de la complejidad del mundo en que vivimos, valorando el entusiasmo y el esfuerzo de tus maestros, y aprovechando cada minuto para aprender más y mejor. Y, claro, abandonas esta vida sabiendo que todos somos parte del problema y de la solución, agradecido por haber disfrutado cada etapa sin excusas ni reproches, convencido de que está en tus manos cambiar el mundo que te rodea está.
Créditos: versión libre de “La vida al revés” de Quino.
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